viernes, 25 de mayo de 2012

A TRAVÉS DE LA VENTANA

VIVIR  ES  RECORDAR.
Que tu vida sea una ventana  abierta  al recuerdo.

    Cuando los primeros rayos de sol asoman en el firmamento, atravesando  la celosía de la ventana como saetas chispeantes. Los colores se multiplican y distorsionan,  creando un clima mágico de luz y color.
    En este primer contacto con el nuevo día, mi corazón late agradecido, contemplando este milagro de la naturaleza en el que Dios saluda a todas sus criaturas.
    En este instante, pienso…: ¿Todos los que se asomen verán estas maravillas a través de la ventana?,   ¿Lo verán así? o tal vez las prisas y los trabajos diarios y sus problemas no les deje tiempo para contemplar estas maravillas que diariamente nos regala la naturaleza.
     Es cierto que cuando apartamos la vista del cielo, la vida es dura, y son muchas las ventanas por las que nos tenemos que  asomar a lo largo de nuestra vida. Si nos fijamos…, constantemente estamos abriendo y cerrando ventanas. Desde que nacemos, de nuestra infancia pasamos a la pubertad, luego a la juventud; a la madurez y por último a la vejez.
    Existen ventanas exteriores e interiores; de sentimientos; de ilusiones; de anhelos y de alegrías.
    En nuestro crecimiento personal, hay valores que debemos escoger; objetivos que debemos alcanzar; metas que aspiramos conseguir y en todo ello juegan un papel muy importante nuestros sentimientos, creándonos a su vez momentos difíciles. En todas estas situaciones, las ventanas están ahí, a nuestra disposición, sólo nosotros podemos decidir si abrirlas o cerrarlas.
 
     En nuestra infancia nos asomamos por la ventana de la inocencia, por eso es en la edad en la que más miramos al cielo, lo miramos y nos refugiamos en él como lo más grande para nosotros, a esta edad nuestro cielo es todo un mundo, lo más grande e  inalcanzable. Si le preguntas a un niño como es de grande su cariño, te responde: ¡hasta el cielo!.
      Los héroes infantiles se sitúan lo más cerca del cielo posible, cerca de los aviones: Spiderman, los astronautas, las naves espaciales, las hadas…
    Algo parecido ocurre en la  pubertad, soñamos con nuestro príncipe azul bajado del cielo y nuestros primeros amores y primeras ilusiones las elevamos a ese cielo intocable lleno de felicidad anhelante.
    ¡Que pena que esto dure tan poco!, Conforme  vamos creciendo, bajamos de la nube, perdemos la costumbre de mirar al cielo, tenemos que poner los pies en el suelo y ser realistas. Poco a poco nos vamos cortando las alas, hay que mirar por otra ventana, la del dinero y el bienestar, entonces nos volvemos previsores, sensatos y a veces hasta egoístas.
    La vida no es de color de rosa y el firmamento no aporta mucho. Poco a poco vamos abriendo y cerrando ventanas y llegando a la madurez. A estas alturas, ya habremos conseguido algunos logros con un trabajo medio decente, con hipotecas pendientes, pero con algunas recompensas: un piso, un coche, el apartamento, algunos viajes, los hijos que van creciendo…, pero las ciudades crecen desmesuradamente y nosotros con ellas y con los ruidos, los humos y la contaminación, poco a poco nos vamos cargando la naturaleza. Entonces, ¿quién va a mirar al cielo si la polución no te deja verlo?.
    Es en esta edad madura  cuando  el  tiempo pasa deprisa, más de lo que queremos y cuando casi todo está conseguido,  tenemos el problema de los hijos, unos hijos que vienen empujando, son nuestro mayor logro, a los que queremos pero no comprendemos, y nos cuesta hacernos entender por ellos. Sus valores, su manera de pensar y su comportamiento son completamente distintos. Esto nos hace mirar atrás, ver las ventanas que hemos abierto y es entonces cuando sentimos ganas de cerrar ventanas y volver a mirar al cielo…, hemos llegado a la vejez.
    En esta etapa, abrimos de nuevo la ventana al cielo, unas veces porque pensamos que ya son pocas las cosas que quedan por hacer, otras porque no se duerme bien y merece la pena levantarse a ver amanecer, a ratos para ver si cambia el tiempo temiendo a los síntomas del reuma, o bien recordando a un familiar querido o por mil cosas más, pero la razón más importante es la de admirar esos amaneceres llenos de recuerdos y de sueños realizados, y de otros que escaparon de nuestras manos sin realizar.
    Con el nuevo día renace una nueva esperanza de “un cielo y una tierra nueva”. Porque en el fondo del corazón, algo nos dice que habrá un día, en alguna parte del Universo, una ventana abierta con un  trocito de cielo muy particular: será la recompensa de tantos años de desvelos, afanes, y luchas, en busca de la felicidad. Ese día recordaremos aquel rayo de luz, aquel paisaje mágico que un día a través de la celosía  nos hizo soñar.
        
        Cuando abres una ventana,
        algo nuevo llega a tu vida,
        el paisaje que ves,
        el aroma que percibes,
        el sol que te ilumina,
        las estrellas que te inspiran.
        Siempre recibirás más que si mantienes la ventana  cerrada.


ABRE TU CORAZON Y VERÁS COSAS MAYORES.

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